QUE LA MUERTE ESPERE, Germán Castro Caycedo


GERMÁN CASTRO CAYCEDO

Que la muerte espere

Editorial Planeta Colombiana, S.A., Colección de periodismo, 2005., 335 págs.

LA MUERTE QUE SE CONGELÓ ENTRE NOSOTROS

Esta recopilación de historias tomadas de la realidad a la manera de crónica novelada, en las que está de por medio la vida, son un duro testimonio sobre la violencia colombiana que  disfrazada de múltiples formas, se ensaña contra la vida de hombres y mujeres de toda condición social, ante la mirada indiferente de la mayoría, y la complicidad de quienes mantienen sus propios intereses sin darles solución alguna, trayendo como consecuencia cuotas de dolor y odio que permanecen como una herida abierta en la memoria y el corazón de muchos sin posibilidades reales de reparación y justicia.  

Con un tratamiento narrativo que aprovecha muy bien los medios de investigación documental disponibles en su larga trayectoria (la entrevista y el reportaje, la reconstrucción de los hechos, el análisis psicológico, el ensayo de gran aliento, etc.), este veterano periodista, ganador de varios premios nacionales e internacionales de periodismo y autor de quince libros de testimonio y una novela Candelaria, nos entrega este importante testimonio sobre la lucha por la vida y la muerte en diferentes escenarios que van desde lo urbano a lo rural y de distintos personajes y puntos de vista, con un estilo conciso, directo y ameno que nos permite casi representarnos los hechos.

Aquí se abordan diferentes temas, en los que la muerte milagrosamente ofrece una tregua, en unos casos y en otros no llevándose por delante a sus víctimas.  Así, en las clases urbanas más pudientes puede llegar lo “satánico” para acabar la vida de jóvenes que no encuentran respuestas positivas para sus vidas, o la irresponsabilidad o el bandidaje de unos muchachos puede costarles la vida al incursionar solos en una cueva de Zapatoca (Santander). Pero el destierro, otra forma de violencia y de muerte, lleva a la selva a un hombre que sale huyendo y no encuentra sino espejos de sí mismo en todos lados, o la misma naturaleza se encarga de poner entre el límite de la vida y la muerte a unos osados escaladores  en las cumbres de los Andes Tropicales.  Hacia el final, encontramos una temática más directa sobre el conflicto colombiano, en Fusilamiento, o  en La muerte no les dio espera, en donde es la población inerme, la que sufre las peores consecuencias de manera ignominiosa, frente a la mentira  oficial que niega una historia que tiene ya larga una data en nuestro país.  Así se termina con un epílogo en donde se da otro punto de vista sobre la realidad del Urabá antioqueño hoy en día, lo cual hace contrapunto con el resto de testimonios.

Después de leer este libro que sigue la línea otros del mismo autor como “Con las manos en alto”, en el que relata episodios sobre la guerra colombiana ahondando en las causas reales del conflicto y destacando igualmente el punto de vista de las víctimas inocentes que mantienen la esperanza de mantenerse con vida, uno quisiera sacudirse de letargo general y desenmascarar el rostro de la muerte en sus múltiples rostros, para mantener viva la esperanza, aunque la realidad nos demuestre lo contrario.  Pues como lo dice el autor: “la gente pide vivir y sólo los milagros consiguen que la muerte dé una tregua. Ya sea en medio de la selva o de la urbe, en medio del desencanto, el desamparo, el odio o la inocencia, la gente sigue cayendo con el mismo gesto de hace dos siglos”.

En la primera parte, está el protocolo de necropsia sobre el cadáver de esta muchacha de 23 años, estudiante de 4º. Semestre de Ciencias sociales. Los indicios, como su vestimenta, revelan sus nexos con alguna secta satánica. Mientras se suicida de una balazo sus  padres toman el brunch de los fines de semana en el Club. El periodista logra ingresar en su domicilio y a través de un hermano y una amiga, va incursionando  incursionar en la vida familiar y en la sicología de la víctima. Estaba cansada de la corrupción y la estupidez de alta sociedad de la que formaban parte sus padres.  Los psicoterapeutas y profesores nos dan su opinión sobre esta ola de suicidios de adolescentes y jóvenes entre nueve y veinte años: es la soledad y el rechazo a lo que los rodea lo que los hace buscar tribus urbanas en busca de una nueva forma de expresión.  Así se van reconstruyendo los gustos de la joven, la música y la literatura de esta cultura del rock o del cine que se ha fortalecido con figuras notables. La Procuraduría también hace estudios, pero mientras tanto Adriana,  ha decidido su muerte para no ver todo aquello que tanto odio en vida. 

Luego vemos a cinco  jóvenes “desplatados” que deciden ingresar a una caverna de manera poco convencional. La narración eficazmente nos adentra en ese espacio oscuro a una temperatura de diez grados en promedio. Sin guía ni equipo adecuado, los jóvenes empiezan a sortear los recovecos de la caverna, acomodándose al espacio y siguiendo el camino incierto que muestran las flechas marcadas en las piedras.   Por el Salón del Murciélago avanzan hacia La Quebrada en medio de chorriones cónicos de cal petrificada y estalagmitas. Así, van perdiendo la noción del tiempo a medida que avanzan por el camino irregular, y bajan hacia el fondo. John, quien va adelante, pierde la única vela que los alumna y acude a los fósforos. Al final se quedan completamente ciegos en medio del chillido de los murciélagos e ingresan a otro túnel y otro más. Pasan días o noches, y el hambre, el maltrato  o el cansancio los agota. Empiezan las alucinaciones como cuadros de escenas vista en teatro o en películas.  Cuando ya pierden las esperanzas de salir con vida, escuchan una voz arriba y por fin llega la ayuda dándose el rescate después de diecisiete días bajo la oscuridad.

En otro capítulo es Alejandro un colombiano quien no pudo realizar sus sueños de estudiar abogacía. Se va a Medellín para  tocar varias puertas, pero la violencia que se sufre allí lo hace determinar su propio destierro. Va a parar a la selva amazónica del Ecuador, al Coca, un puerto del río. Allí conoce a un indígena quechua, hijo de chamán que le enseña la vida y costumbres de la selva. Viene y va por el río transportando a los indígenas viejos enemigos por causa de los blancos cuando llegaron los petroleros. Uno de ellos cuenta su historia, de cómo fueron desterrados por los petroleros. Mientras Alejandro continúa su curso, comprende que el destierro es un fantasma permanente y lo peor que le puede sucede a un ser humano.

También Ezequiel es víctima de las circunstancias no obstante ser un hombre experimentado en guiar a los expedicionarios por las cumbres de los Andes Tropicales.  Salen de Cali, en el límite del parque natural de los Farallohes y ascienden de 1.600 metros hasta la cima del Pico de Loro a 2.800 metros. La fisonomía de la selva va cambiando a medida que avanzan y el regreso se torna errátil. Desciende por un río que creen es el Pance, pero comienza el sobresalto.  Sólo queda Lucía con él, pero después de muchos intentos se rinde y ella debe continuar sola.  Pasan muchos días y noches, hasta que llega a una casa y por fin recibe ayuda.  La patrulla encuentra el cadáver Ezequiel muerto de hipotermia. 
Ya luego se nos muestra la historia del Urabá antioqueño. Aquí se nos describen los retenes de la guerrilla en cualquier carretera de la zona. Son las FARC las que hacen desmanes frente al barrio de la Chinita; se llevan un bus con gente, los bajan, los amarran y los acribillan.  Milagrosamente una mujer a quien creía muerta, sobrevive, pero le teme a los buses desde entonces.  En Churidó, ocurre la toma de un pueblo a manos de la guerrilla y la matazón de gente inocente. Miguel logra escabullirse pero le matan a toda su familia. Luego siguen otras fincas bananeras.  En San José de Apartadó, en el 2005, aparecen cuerpos desmembrados de familias entera desperdigados en el bosque. Son 162 muertos, que reporta un medio de comunicación después de siete días de la masacre, y la población civil responsabiliza a una brigada del Ejército. Paradójicamente es el mismo sitio en donde diez años atrás se formó la Comunidad de Paz como consecuencia del conflicto cuando un proyecto paramilitar intervino en la zona. De las 32 comunidades que había, sólo quedaron once. Lo sorprendente, a pesar de la firma del compromiso de resistencia civil firmado por sus habitantes, es que el actual gobierno mantenga una actitud dura contra ellos, acusándolos de ser colaboradores de la guerrilla. Los testimonios de la alcaldesa Gloria Cuartas y del padre Javier Giraldo, son contundentes en afirmar que el Estado sigue interviniendo activamente en la zona y que la fuerza pública sigue pisoteando y no protege a la sociedad civil. Se han rendido centenares de declaraciones ante fiscales y la Procuraduría sin ver jamás un acto de justicia y reparación. Así, por los menos 300 crímenes de lesa humanidad quedarán impunes.

Así podríamos fácilmente perdernos en cada una de los escenarios que forman esta extensa vorágine,  encontrando correspondencias en la realidad de todos los días, y comparándola con aquella que nos venden los medios de comunicación. Pero además, acercarnos a la comprensión de lo que les sucede a cientos de hombres o mujeres que buscan –cegados por el dolor- la venganza de tantos crímenes, masacres y acciones repudiables, que muchas veces los llevan al suicidio, como le pasó a una jovencísima estudiante que quiso asesinar sus fantasmas.   De todas maneras, la realidad de los hechos no nos permiten quedar indiferentes, calibrando la dimensión de una problemática que nos concierne a todos por igual.  

La conclusión que podemos sacar es que en Colombia, la brutalidad de la violencia, se ha congelado en el tiempo frente a la indiferencia del país de siempre.  Por eso, lo que sucede hoy no es nuevo: fenómenos como el destierro, catalogado como “desplazamiento” por organismos internacionales, la guerrilla, el boleteo, la vacuna o las ayudas internacionales orquestadas desde Washington, siguen siendo registrados por estudiosos y organismos internacionales que miran con perplejidad uno de los conflictos más desgarradores del planeta.  Así, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, no se explica cómo siguen ocurriendo hechos de esta naturaleza en comunidades como la de Apartadó, que han sido protegidas por medidas provisionales del máximo tribunal de las Américas en materia de Derechos Humanos.

Al final se demuestra que el Urabá antioqueño es la esquina más estratégica de Sudamérica, tanto geopolítica, como económicamente, pues según el Fondo Mundial de la Tierra, las selvas que se extienden a partir de allí, son las primeras productoras de biomasa del planeta, realidad que pareciera no ser de interés para los gobiernos desconociendo lo que significan actualmente estos recursos estratégicos.  Al cotejar los diferentes puntos de vista, queda la sensación de cada cual se defiende de acuerdo a su versión de los hechos, pero que no hay una voluntad común por encontrar soluciones al conflicto ni en ahondar en sus causas. Así se sepa que la guerra, la persecución, el desangre, y la represión, no sea el camino más recomendable Colombia. NELLY ROCIO AMAYA MÉNDEZ.





  

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