FIRMIN, UNA NOVELA APASIONANTE

EN LOS MÁRGENES, INDAGAR POR EL ENIGMA DE SU VIDA
Firmin
Sam Savage
Barcelona, Seix Barral Editores, S.A., 2007 (222 pp.)

Encontrarse con la crónica de este enigmático personaje, que en trémulos instantes de inspiración tantea los inicios de su narración al verse en una tarde de primavera del Boston de los años sesenta, fisgoneando cautelosamente por encima de «El balcón», la planta baja de una librería sin que nadie lo viera, o imaginándose a Flo —su madre— atravesando la plaza Scollay para refugiarse en el sótano de un local comercial de Cornhill repleto de libros, sólo para esperar el feliz acontecimiento de darlo a luz junto con otros doce, mientras devora a Moby Dick, el Quijote o a Joyce, verdaderos culpables de sus aventuras, es un hallazgo literario que hace de su autor, el escritor estadounidense Sam Savage (nacido en Carolina del Sur y residente en Madison, Wisconsin), un verdadero clásico de la narrativa contemporánea y uno de los escritores más leídos por fuera de los grandes circuitos editoriales, por su extraordinario ingenio.
Y es que desde El proceso de Kafka, o Dostoievski, no habíamos encontrado una fábula que hablara mejor del proceso de un personaje que, a fuerza de devorar las historias más disímiles, sufre una transformación en el cerebro (aunque nunca sabemos, como en el cuento de Chuang Tzé, si se trata de un ratón que sueña con ser humano, o de un humano que sueña con ser un ratón) y que lo lleva a ser consciente de su posición marginal, pero que encuentra en la literatura el sentido de su vida, permitiéndole bucear en el alma humana como un verdadero cartógrafo para oponerse al caos en una época de crisis, donde el creciente materialismo burgués va destruyendo viejos valores, amenazando incluso con la supervivencia de la especie humana y el planeta.
Ambientada a comienzos de los años sesenta, después de la segunda guerra mundial (con su secuela de hambre y miseria en los países marginales como África), y luego de la recesión del 29, la antigua Boston, como tantas otras ciudades, se dispone a ser destruida en aras del «progreso», junto con libros Pembroke (una librería muy conocida, visitada por muchos de los famosos), el teatro Rialto y muchos otros edificios. Aunque algunos se resisten, una vez dada la orden del ayuntamiento no hay nada que hacer. Pero lo que para muchos pasa inadvertido es que entre sus habitantes, además de Norman, el dueño de la librería y los numerosos visitantes, hay una ciudadela de ratas que deambulan de un lugar para otro, en su lucha por la supervivencia; pero especialmente Firmin, quien ha hecho de la librería su verdadera casa.
Así, este pequeño héroe se entera de todos los acontecimientos que rodean a los humanos, aprendiendo a diferenciar aquellos reales de los otros, más ficticios. Sin embargo, a medida que acumula lecturas, y madura como lector, otea otros horizontes, pasando su tiempo entre la librería y el cine Rialto, sitio donde descubre a las beldades cinematográficas, a los grandes realizadores y las bondades del porno. Pero su proceso de «locura» es irreversible, lo que lo hace diferente de las ratas de los bajos fondos, llegando incluso a vislumbrar las grandes creaciones humanas, aunque también sus debilidades.
Y Norman sería su primer modelo. Así, al estudiar su comportamiento sentirá devoción por él, conmovido con su sufrimiento frente a la inminente destrucción del mausoleo, dejándose descubrir y llevándose también su primera gran decepción. Después del impacto y luego de ser atacado en la calle, lo recogerá Jerry Magoon, un sobreviviente de la guerra, escritor marginal que había incursionado en el mundo de las letras con un libro sobre ratas (El nido) y otras historias de ficción, con quien vivirá feliz, tomando conciencia de la verdadera libertad al vivir en un mundo cosificado y alienado, donde «si hay algo para lo cual resulte útil una formación literaria, es para dotarlo a uno de un sentido de la catástrofe» (p. 57).
Luego, de nuevo solo, verá cumplida su única fantasía amorosa con Ginger Rogers. Ya al final, cuando se oye el ruido de las máquinas detonadoras, Firmin encontrará el refugio materno y metáfora de sí mismo, despidiéndose con el único gesto posible al comerse estas líneas: 
«Pero los estoy perdiendo aquí y todo lo desprecio. Solaloca en mi soledad. Por todas las culpas de ellos. Estoy desvaneciéndome. ¡Oh, amargo final! Nunca lo verán. Ni lo sabrán. Ni me echarán de menos. Y es vejez y vejez es triste y es cansancio».
Es una bellísima historia que nos conmueve no sólo por los rasgos tiernos de este personaje (quien aprende el lenguaje de los sordomudos y golpea frenéticamente las teclas de un piano), sino sobre todo por su aspiración única al indagar por el enigma de su vida dentro de un horizonte contradictorio, inalcanzable, mágico, lúcido, despreciable e incluso amenazador, en el cual únicamente es posible salvarse por los sueños con cierto aire de locura, entrando en los libros para aprender todo lo que sea posible. Las referencias, entre pasajes y citas directas, son nutridas desde el primer instante: aparte de anteriores mencionadas, Nabokov, Tolstoi, Ford Madox, Oliver Twist, Faulkner, la historia de la humanidad, de las guerras, Kant, Swedenborg, Pessoa, psicoanálisis, Ana Frank, Spinoza, Defoe, Marlow, Dostoievski, Srinberg y grandes realizadores del cine, Flaubert, Proust, Keats, Verlaine, Baudelaire, Sherlock Holmes, beldades cinematográficas, y personajes como Fred Astaire, Joan Fontaine, Paulette Goddard, James Cagney, el jazz, la ópera, el teatro, etc. Una gran obra que, según el autor, está basada en hechos de la vida real y en otras historias que refrendan la reputación que tuvo esta famosa plaza Scollay de Boston.
—Nelly Rocío Amaya Méndez


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