COLECCIÓN DE INSTRUMENTOS MUSICALES DEL BANCO DE LA REPÚBLICA
@COLECCIÓN
DE INSTRUMENTOS MUSICALES DEL BANCO DE LA REPÚBLICA
Entre los bienes culturales que
conserva la Biblioteca
Luis Ángel Arango desde hace varias décadas, merece
destacarse la colección de instrumentos musicales del Banco de la República, donación
hecha por la familia de monseñor José Ignacio Perdomo Escobar e inaugurada el
cinco de marzo de 1986 y que es expuesta en el foyer de la sala de
conciertos de la
Biblioteca. Se trata
de una colección que data del siglo XIX y XX, que ejemplifica de manera muy
particular, la evolución de los instrumentos musicales durante esa época, no
sólo a nivel europeo, sino también autóctono, típico y regional, lo cual
permite vislumbrar el desarrollo de la
música misma en una época determinada, con sus géneros musicales, sus
funciones, y demás temas relacionados que son de interés para el musicólogo, el
historiador, el músico, y el público en general.
Fue monseñor José Perdomo Escobar
(Bogotá, 1917)[1], un gran observador del
patrimonio cultural colombiano y verdadero erudito apasionado por la música,
merecedor de títulos honorarios[2],
además de ser sacristán mayor de la catedral y párroco de Las Aguas. En momentos en que fue secretario del Conservatorio de Música, hacia 1938, se dio a la tarea de inscribir
los instrumentos que fue coleccionando con gran curiosidad, para consignarlos
en su libreta de apuntes o sus Notas sobre la colección de instrumentos
Musicales. Luego serían parte del
patrimonio cultural de nuestra ciudad.
Las características de esta
colección, en total 72 instrumentos, permiten colegir el interés indiscriminado
que tuvo monseñor Perdomo por reunir aquellas piezas que le parecieran
significativas dentro del contexto cultural y social de la época, muchas veces
reflejo de escuelas musicales y estéticas vigentes ya sea europeas o foráneas,
y otras, verdaderas adaptaciones a nuestras propias condiciones tanto sociales
como culturales. Por ello, algunos investigadores destacan cuatro grupos de
instrumentos: el primero, compuesto por instrumentos indígenas y mestizos; el
segundo, por instrumentos de origen africano;
el tercero, formado por instrumentos europeos y orientales; y, el cuarto
y último, integrado por instrumentos del sudeste asiático, caracterizados por
su rareza. Lo cierto es que hacia 1986,
se elaboró el catálogo, denominado Colección de instrumentos Musicales/José
Ignacio Perdomo Escobar, en edición conmemorativa de su inauguración, el 5
de marzo de 1986, en la que colaboró el musicólogo colombiano Egberto Bermúdez[3], el
cual está basado en el sistema de clasificación propuesto por Curt Sach y Erich
M. Von Hornbostel, que según el autor, facilita la inclusión de nuevas
categorías de instrumentos de la música tradicional colombiana. Pero por supuesto, esta colección de
instrumentos antiguos no estaría disponible, sin la intervención de
restauradores profesionales, o constructores de instrumentos mas conocidos como
Luthiers, que conocen a la perfección la mecánica y funcionamiento de
los mismos y se dan a la tarea de restablecer sus características originales,
para acercarse lo mejor posible a sus condiciones físicas y técnicas, su
sonido, etc., que permitan incluso, habilitarlos completamente.
LAS PIEZAS DE
UNA COLECCIÓN
Toda colección es inigualable por
la originalidad de las piezas que la constituyen. En esta en particular, se
destacan grupos de acuerdo al origen de sus instrumentos, como aquellos de
origen europeo y oriental, mestizo y africano.
Así, la presencia de violines, violonchelos, cítaras, guitarras, arpas,
clavicordios, pianos y armonios es notoria.
Hay un violín, por ejemplo, de características burdas, proveniente de la
región del Patía, cuya originalidad está en la forma como fueron adheridas sus
partes, ya no pegadas, sino clavadas con puntillas, y que según los apuntes de
monseñor Perdomo, fue construido por el bisabuelo del “negro Mina”, quien lo regaló a don Ricardo Pérez de
Popayán. También, encontramos el “violín
de Socha”, construido por Segundo García
en esa población de Boyacá, e igualmente, el violín de Chiquinquirá. Es interesante anotar, como lo dijo Alfredo
Gómez Zurek[4] que la producción de
violines en la época, no fue escasa, pues desde el siglo XIX se encontraban
fabricantes en las regiones de Nariño y de la Costa Pacífica,
Boyacá y los Santanderes. Y por su puesto, en la sabana de Bogotá.
Podemos ver un violonchelo, que
data de 1802, de fabricación tunjana, firmado por B. Leal, y otro trabajado por
Fernando Figueroa, lo cual hace presuponer, que también se construían este tipo
de instrumentos, aunque de manera poco profesional. En cambio, una copia de un Stradivarius[5]
(s.f.), posiblemente procedente de Alemania o Checoslovaquia, lo corrobora.
Pero quizás hable mejor del ingenio criollo, un violonchelo de calabazo, que
por sus características físicas, resulta curioso aunque la verdad, no podríamos
esperar una gran sonoridad.
Las cítaras, instrumento
antiquísimo de origen oriental, presentan cajas de resonancia rectangulares o
trapezoidales, aunque hay una con forma poligonal, de la que hablaremos más adelante. En aquella época se decoraban con exquisitas
pinturas que luego fueron reemplazadas por calcomanías. Y los instrumentos típicos, como el tiple, el
cuatro, la bandola, el bandolín y el charango, son producto del mestizaje, al
igual que la guitarra.
Los instrumentos de teclado,
representados por clavicordios, pianos y un armonio portátil, son de origen
diverso. Un clavicordio, por ejemplo, acompañó al Libertador en muchos de sus
viajes, pues se sabe con certeza que
estuvo con él en la hacienda de Aposentos de Tasco, y sería construido
en la sabana de Bogotá. Hay un piano de
manubrio y un costurero, a la usanza europea, de apariencia muy bella, y el
armonio, instrumento que reemplazó al órgano en la práctica de la liturgia
católica.
Por otro lado, entre los
instrumentos de viento, sobresalen las cornetas de Samacá, con tres válvulas o
pistones, que de acuerdo a los apuntes de monseñor Perdomo, se habían destinado
a las bandas militares, y fuera utilizado también en las campañas libertadoras. Las
flautas, en su mayoría de origen indígenas o mestizas (quenas, quiribillos)
fabricadas de caña, aún siguen siendo comunes en la región andina de Ecuador,
suroeste colombiano, Bolivia, Chile y Argentina. También las matracas (de origen europeo),
pues hay una de grandes dimensiones, que sobresale por sus condiciones y gran
calidad sonora, además de la celesta.
Entre la serie de tambores, o cununos,
indígenas, mestizos y de origen africano, hay ejemplares que aún tienen gran
representación en el litoral pacífico, Cauca, costa atlántica, Venezuela y
Amazonas, como el tambor Katío de Risaralda, el Kut del Cauca, el
tooto, ticuna, y los capuyas del estado de Miranda. Hay una
zambumbia (originario de España), hecho en Santander.
Finalmente, por su relativa
rareza, se destacan el angkuoa, que utiliza la cavidad bucal como caja
de resonancia y es conocido como arpa de mandíbula, que viene del sudeste
asiático, probablemente de Tailandia o Camboya, y el Er-Hu (cordófono),
que utiliza una sección de tubo de bambú, con tapa de piel como caja de
resonancia, cuyo origen remoto está en China.
SU CLASIFICACIÓN MODERNA
Sabemos que toda clasificación
corresponde a mirada específica, a una disciplina científica que relaciona cada
uno de los elementos de acuerdo a una categoría conceptual determinada. Los que estudian la organología, se dedican a
analizan las características físicas, técnicas y sonoras de los instrumentos
musicales. Y como sabemos, el propio José Ignacio Perdomo Escobar, fue autor
del célebre libro “Los instrumentos musicales en Colombia”, dando
muestras de su interés por clasificarlos y su erudición, lo cual ha servido en
la labor pedagógica y como un precedente importante para posteriores estudios.
Así, esas pautas serían tenidas en cuenta para actualizarla de acuerdo a los
parámetros de Curt Sach y Erich M. Von Hornbostel, cuya clasificación ya más
moderna y universal, consideran cuatro grupos de instrumentos de acuerdo a su
conformación física y su manera de producir el sonido: los idiófonos, membranófonos, cordófonos, y aerófonos. Es bueno seguir
hacer un seguimiento de los diferentes grupos de instrumentos que en este caso,
se exhiben en la colección José Ignacio
Perdomo Escobar.
En primer lugar, están los idiófonos,
que son instrumentos que producen sonido al chocar Es decir, son
autoresonadores, ya sea por fricción, entrechoque, pulsación o sacudimiento.
De acuerdo al catálogo, estos
constituyen el 25% de la colección,
destacándose los idiófonos de golpe directo, entre los cuales los
idiófonos de entrechoque y los de percusión son los más importantes y
numerosos. Aquí encontraríamos el Quiribillo,
instrumento constituido por quince tubos de caña (caña brava) a través de los
cuales se hacen pasar quince cuerdas cuyos extremos se amarran. El sonido se produce cuando se tensionan
(halan) los dos extremos de las cuerdas haciendo que los tubos choquen entre
sí. Este instrumento, utilizado en la
ejecución de aires típicos colombianos como el torbellino (Cundinamarca y
Santander), se mezclaba con otro instrumental complejo para enriquecer el ritmo
de danza.
La Carraca, un
instrumento que se utiliza igualmente en la música tradicional de varias
regiones colombianas (en San Andrés se lo conoce como Jawbone) y
latinoamericanas, tiene cierta ambigüedad en su clasificación por la forma como
se lo utiliza, ya sea por percusión directa o por raspadura sobre sus
dientes.
El Metalófono de teclado
(celesta), considerado un idiófono de percusión, con mecanismo de teclado, es
un instrumento compuesto por una caja de madera que ostenta un teclado
cromático de dos octavas, y no es muy frecuente en colecciones de instrumentos
musicales. Así, a cada sonido corresponde una lámina de acero percutida, posee
además una palanca de acción manual (pedal apagador) para modificar el sonido
(sordina) situada sobre la parte superior izquierda, tapas plegables, atril y
manijas laterales. Se trata de un
instrumento fabricado en Langensalza (Turingia), hoy República Democrática
Alemana por Eduard Sell tal vez a mediados del siglo XIX.
La Marimba, xilófono
con resonadores que consta de veinte láminas de madera de chonta y veintitrés
secciones de tubo de bambú guadua como resonadores. Estas se hallan montadas sobre un armazón de
madera forrado con fibra vegetal y los resonadores sobre una varilla de
hierro. La percusión de las láminas se
realiza mediante baquetas con puntas recubiertas de látex. Es un instrumento que se cuelga al techo o
sobre soporte adicional y generalmente se toca por dos personas, muy popular en
la música indígena latinoamericana y centroamericana.
La serie de sonajas, corresponden
a varias zonas del territorio nacional. La primera, con tubo de cuarzo
percutido con dos brazos articulados del mismo material, montado sobre una
cuerda de cuero, suena al moverse sostenido de la cuerda; es de origen
incierto. Luego están dos guasá o sonajas de recipiente (tubo), con
agarraderas de pita en el extremo, que son originarios de la Costa Pacífica
colombiana y un idiófono raspado hecho con cáscara de fruta (guama) seca,
oriundo de Cundinamarca o Tolima.
También la Guaracha,
tubo de tapa con una sección dentada en la parte frontal y otra hueca en la
parte posterior, que se raspa con tenedor metálico, de uso común en varios
regiones del país especialmente la Costa Atlántica; y
la charrasca, con el mismo mecanismo sonoro, utilizado en Antioquia o
Caldas constituyen ejemplares de idiófonos raspados. Por último, el Güiro
o Calabazo, es un instrumento común en el caribe, especialmente
utilizado en las orquestas de música de baile y aún, en el interior de nuestro
país.
Después la serie de matracas,
fueron utilizadas en la celebración de Semana Santa, durante el oficio
religioso, e incluso en las festividades de Carnaval y navideñas. En general, constan de láminas flexibles de
madera afinadas diatónicamente (DO-DO).
Las láminas (de espesor variable) son percutidas por los dientes de un
rodillo dentado accionado por el giro de una manivela; estos, colocados en el
rodillo de dos en dos, producen una secuencia de notas definidas que van del
DO-SOL, FA-DO, MI-SI y RE-LA. Son
considerados idiófonos de piñón, y se cuenta con dos ejemplares: uno de madera de cedro de ocho láminas de
origen colombiano, posiblemente de Cundinamarca o Boyacá, y otro de madera de
arce de cinco láminas, originario posiblemente de España, aunque fueron
comunes en Italia, Francia y Alemania,
durante el siglo XX, y cayeron paulatinamente en desuso. También hay otra matraca de piñón de madera
laminada (triplex) con una lámina flexible de caña perteneciente al mismo
resonador, popularmente conocida como instrumento infantil en diferentes
regiones colombianas, utilizada en celebraciones religiosas y verbenas. El eje del piñón sirve de manija sobre la se
hace girar el instrumento y por la misma razón, era fácilmente maniobrada.
El siguiente
grupo, son los membranófonos, llamados así porque el elemento que
produce el sonido es una membrana en tensión.
El mecanismo puede ser de percusión directa e indirecta. Estos, a su
vez, tienen subdivisiones numerosas.
Entre los tambores (o membranófonos de percusión directa) se encuentran
cilindros de una y de dos
membranas. Igualmente se hallan ejemplares
de forma cónica y de fricción. De acuerdo al sistema que se utilice para
tensionar la membrana, se incluyen el membranófono de cuñas, o el de tensión
con lazos y aros.
Así, tenemos un
tambor cilíndrico de una membrana con fondo abierto, oriundo del
Estado de Miranda, Venezuela, con un sistema de cuñas (en forma de gancho)
incrustadas y que es una reproducción de un tambor de Mina. Otro poco común, de
tensión, mediante abrazaderas de fibra vegetal, de la misma región, y el
tambor Tú-Tú, de dos membranas, de procedencia Ticuna que habita
en varios sitios cercanos al río
Amazonas, de baquetas tipo redoblante, ligeramente cónicos, cónicos (tipo
cununo) de una membrana y fondo cerrado,
con membrana de piel de venado o vacuno y lazos de fibra vegetal y cuñas
de mangle. Estos instrumentos eran muy propios de la música regional del sur
del litoral pacífico colombiano.
Finalmente está la zambumbia, tambor de fricción con varilla, que
consiste en una caja de calabaza recortada, membrana de vejiga animal y varilla
de madera, que se conoce en Colombia como puerca o marrana. Con la excepción de los tambores probablemente
provenientes del Estado de Miranda, Venezuela, todos los demás son colombianos:
de la música regional del literal pacífico, de la Costa Atlántica y
del área andina (Cauca), así como pertenecientes a las comunidades Ticuna del
Amazonas y Emberá-Chamí y Catío y Catío del Chocó y Risaralda.
Los cordófonos
es el siguiente grupo y constituye la sección más numerosa en la presente
colección, de acuerdo a nuestro catálogo.
En estos instrumentos el sonido es producido por la vibración de una
cuerda en tensión y se dividen en simples y compuestos. Así, tenemos en cuenta que la palabra cítara
se usa simultáneamente de forma genérica y específica, sirve para identificar
en el primer caso, a los cordófonos simples que pueden ser tubulares, en
forma de balsa, de mesa y en el segundo, a los cordófonos compuestos,
entre los que se encuentran los laúdes y las arpas.
Estos
instrumentos, que ya existían desde el tercer milenio antes de Cristo (Sumeria,
Egipto), luego de pasar por Grecia, seguirían el doble recorrido hacia Europa;
uno a través de los árabes (laúd, guitarra morisca y el rebec o rabel)
y el otro, desde Bizancio hacia el Norte, pasando por Italia. Más adelante volverían a encontrarse de
diferentes formas. Así fueron
evolucionando, incluso semánticamente (el vocablo griego Kytara y el
latino fidícula denominaban en la antigüedad al mismo tronco común de
las liras y cítaras griegas, lo cual engendra una variedad de instrumentos, de
los cuales el más conocido es la guitarra). Por ejemplo, en lenguas romances fidícula
evolucionó a fielle o vielle en francés medieval y
posteriormente a viole; en italiano, se convirtió en viola, en español, dio
origen a viela, viola, vihuela, vihuella[6]. Al
parecer, la introducción del arco traza una importante línea divisoria en su
evolución, de la Antigüedad
al Renacimiento, debido a sus ventajas en cuanto a su duración e intensidad, de
lo cual hubo evidencias en el Asia central, en el siglo IX.
En cuanto al
grupo de cítaras, que en Alemania se reinventó como Akkord-Zither, con
un sistema de palancas que silencian algunas cuerdas dejando libres aquellas
necesarias para determinados acordes, vemos un ejemplar con tapa de pino abeto
y veintitrés metálicas (de alambres y entorchados) extendidas sobre dos
puentes; otra de forma hexagonal de nogal con tapas laterales pintadas de negro
y tapa principal decorada con calcomanías y perforaciones, dieciocho cuerdas
metálicas afinadas diatónicamente; y finalmente, una de forma trapezoidal (que
destacamos anteriormente), construida en cedro con tres agujeros en la tapa y
tres incrustaciones de nogal, veintinueve cuerdas metálicas afinadas
diatónicamente y extendida sobre puente metálico, caja con tapa movible,
cerraduras y manijas, adornada con calcomanías, del siglo XIX. Tiene como modelo el Kanun, cítara
utilizada en el medio oriente y el norte de África, que se conocía como medio
caño en España, y fueron muy populares en Latinoamérica durante el siglo
pasado.
Además, el
tiple (especie de cítara en forma de balsa) constituido por siete tubos de
caña brava de los cuales se extrajeron dos o tres secciones a manera de
cuerdas, las cuales se colocan sobre dos puentes de trozos del mismo
material. Se toca con un plectro y era
un instrumento común en África y Asia pero muy raro en América y Europa.
También tenemos
cítaras del segundo grupo, es decir, cordófonos compuestos, como
un Arpa diatónica de marco, con cuerpo de cedro construido con cinco
costillas y tapas del mismo material, mástil y tapa delantera de cedro, cuatro
clavijas de hierro forjado, treinta cuerdas de nylon, soporte de madera en
forma de dos patas de león (añadido posteriormente), cuyo origen se remonta
posiblemente al siglo XVIII. Era un
instrumento muy utilizado en todo el territorio hispanoamericano durante los
siglo XIII y XVIII como instrumento solista y armónico tanto en la música
religiosa como profana. Ya en el siglo XIX se consolidó como instrumento
principal de varios géneros de música regional tradicional latinoamericana
(Paraguay, llanos Colombo-Venezolanos, regiones de Veracruz y Michoacán en
México y varios centros en los Andes peruanos y ecuatorianos.
Por otro lado,
la serie de guitarras, instrumento perteneciente a los laúdes de mango
con caja, de pulsación manual. Una tiene
caja de arce con tapa de abeto e incrustaciones de concha de nácar en el
clavijero, bordes y boca de caja. Clavijero mecánico y diecisiete trastes,
fabricada por Lacote, luthier parisino, en la segunda y tercera
década del siglo pasado. Hay otra de cedro nogal, tapa de pino, mango enterizo,
puente labrado en nogal y clavijas de ébano. Adornos de incrustaciones de
concha de nácar y calcomanías, fabricada por Jeremías Padilla, fabricante de
tiples, Bandolas, guitarras, Bogotá, 1910.
Asimismo el tiple
tradicional, con mango y tapa de cedro, clavijero, dieciocho trastes y cuatro
órdenes de cuerda (de tres cada una), se considera un laúd cuyo origen parece
haber sido la guitarrilla (o guitarra tiple) utilizada en España y sus colonias
durante los siglos XVI al XIX. Se utilizaba como acompañante en la música de
varias regiones del área andina colombiana y venezolana. Y el cuatro, también de cedro, aro y
tapa posterior pintados de negro, otro tipo de laúd de mango, clavijas de
madera, cuerdas de nylon, también utilizado en la música de la región llanera
colombo-venezolana.
El bandolín
ostenta una caja de resonancia constituida por un caparazón de armadillo seco
con mango de nogal y tapa de pino.
Cuatro órdenes de cuerdas dobles de alambre y clavijas de madera. Es un instrumento, construido en San Juan del
Guacamayo por Ramón Carreño. Se clasifica como un laúd de mango con caja de
resonancia cóncava, de pulsación con plectro. Es igualmente un instrumento
propio de la música de la región llanera colombiana, de comienzos del siglo XX.
Al lado de éste,
la bandola con caja, mango, tapas y puentes de cedro, tiene la
particularidad de incluir en su tapa frontal el diapasón. Con cinco trastes, cuatro órdenes doble
principales y un orden adicional doble que pasa por una ceja secundaria,
con clavijas adicionales laterales (por
lo que se conoce como “cuatro y medio”).
Aunque el ejemplar no está en buen estado, es un ejemplo del tipo de
bandolas que se utilizó en la región de
los llanos y el piedemonte llanero (región de Tópaga, Labranzagrande, etc.).
Luego viene la
serie de violines que como sabemos se consideraba toda una familia que
reemplazó al término violas da braccio, propias del siglo XVI, XVII. Aquí nos
referimos al violín como tal (que viene del término violone) con un ejemplar de
Socha (ya mencionado antes) hecho en cedro y otras maderas colombianas, con
incrustaciones de nogal en sus tapas, aros pintados e incrustaciones de concha
nácar en las clavijas y tiracuerdas, además del puente. También hay otro violín de madera de
guayabo, diapasón y aros pintados de
madera de arrayán. Su aro tiene un
remiendo en la parte superior. El instrumento tiene cuatro cuerdas de tripa,
puente bajo y tiracuerdas de hueso. Y
finalmente la copia del Stradivarius o Amati[7] (no se sabe con
exactitud), con incrustaciones de concha de nácar en el tiracuerdas.
El instrumento
denominado Rabel[UH1]
(pequeño instrumento de cuerda tocado con arco y que es antepasado directo de
nuestro violín), con caja, mango y aros de cedro, es un ejemplar típico. Tiene
mango enterizo y tiracuerdas de cuerno (atornillado), cuatro cuerdas, Arco
corto con clavija, y se sabe que fue construido en Colombia a finales del siglo
XIX. Otro ejemplar, de igual madera,
uniones con tornillos, varía en su forma exterior, con puente de violín y
cuatro cuerdas, tiracuerdas de cuerno, de la misma época.
La serie de violonchelos,
instrumento que hace su aparición en la historia de la música en Italia a
principios del siglo XVI, algunos años después de sus hermanos el violín y la
viola, surge cuando otra familia de instrumentos, la de las violas da gamba,
alcanzaba su apogeo (al parecer las más antiguas proceden de España, y más
precisamente de Valencia). De allí se
extenderían por el Mediterráneo a la Isla Baleares, Cerdeña e Italia. Hay que decir, que todos estos instrumentos
son de una anatomía compleja; por ejemplo, el violonchelo al igual que el
violín, constan de más de 70 piezas (por lo que se habla de su cabeza, cuello,
cuerpo, costillas, hombros, caderas, e inclusive alma).
En esta
colección tenemos un ejemplar de caja, mango y aros de cedro. Cuatro cuerdas
(no originales), puente y ceja de contrabajo; su conformación (sin punta de
extensión o puntal) sugiere que se apoyaba directamente en el suelo. El rótulo en la parte posterior señala que es
de finales del siglo XIX (1840), construido por Fernando Figueroa D. en
Colombia. Y otro, violonchelo de caja, aros y mango de nogal, con diapasón y
tiracuerdas de ébano, cuatro cuerdas (no originales), fabricado por “B. Leal,
en Tunja, en 1802. Finalmente, tenemos una copia del famoso Stradivarius, que
fue a partir del siglo XVI, y durante más de dos siglos en Cremona, el sello
del arte de la laudería en su máxima
expresión, pues Antonio Stradivarius (1644-1737), junto a otro famoso Giuseppe
Guarneus del Gesú, le dieron renombre por todo el mundo. En este caso, se trata
de una copia de arce, pinto abeto y ébano, clavijero mecánico adicional, que no
obstante, ostenta el famoso rótulo con el nombre de Antonius Stradivarius
Cremoniensis Facierbat (Anno 17, 64) y un monograma con la cruz de Malta y que
fue reparado por Darío y Miguel Roberto Forero, Bogotá, 1983. Probablemente sea alemán o checoslovaco,
siglo XIX. Y finalmente el
violonchelo de calabazo, con resonador semiesférico que le da una
apariencia típica. Mango, clavijas y puente de madera. Tres cuerdas y tres clavijas, tiracuerdas de
cuerno. Tiene una punta de extensión (espiga) y un soporte de madera adicional
para exhibición. Fue fabricado por el
ingeniero Carlos Mercado Acevedo, Fusagasuga, Diciembre, 1911.
Finalmente en la
serie de contrabajos se destaca uno con caja romboide
(heptagonal) de madera compactada común (triplex), sin tapa posterior, tres
cuerdas sin puente, mango y tiracuerdas de cedro pintado de negro, que se ubica
en el Siglo XX.
EL CLEMENTI
QUE SUENA Y OTROS PIANOS
Entre el
siguiente grupo de instrumentos, los cordófonos con mecanismo de teclado
tales como clavicordios y pianos (manuales o mecánicos) clasificados como
cítaras con resonador en forma de caja, son bastante llamativos, al estar
incluidos algunos de los instrumentos europeos más valiosos y que constituyen
el cincuenta por ciento de la colección.
En especial, mencionaremos el pianoforte de Clementi,
considerado como un piano rectangular.
Este bello
ejemplar, de caja de caoba, tapa armónica de pino abeto, incrustaciones y
piezas de otras maderas (roble y arce), tiene dos celosías en madera sobre el
teclado, cuerda de alambre (dos por nota) y pedal para modificación del sonido
sostenuto). Su extensión es de cinco octavas y media: FA –do. Mecanismo interno
vienés (apagadores verticales), Además tiene patas torneadas con ruedas, atril
y dos gavetas. Según la inscripción, fue
fabricado por Muzio Clementi and Co., Cheapside, London[UH2][UH3][UH4],
alrededor de 1810. Su aspecto físico, cuadrado de bella decoración, de
extensión bastante amplia para la época cinco octavas y una quinta, esto es de
Fa a do), con un pedal forte. Al ser un
fortepiano de salón (los de concierto eran de cola), era igualmente una pieza
importante utilizada para hacer conciertos en espacios adecuados, preferido por
compositores como Chopin.
La ligereza de
su pulsación, su tensión menos fuerte, el material más blando de las cuerdas
y, sobre todo, la ausencia de fieltro
(material introducido por Jean Henri Pape en 1826, que elaboraba de pelambre de
conejo y liebre), lo hacen un ejemplar único, pues hasta ese entonces, las
coberturas de los martillos como también las bisagras del mecanismo eran de
cuero, cuyo proceso de fabricación original se ha perdido. Además, la última capa que cubre los
martillos, ya deterioradas, planteó el problema de reemplazarlo como una
“cirugía plástica” retirando el cuero original de las bisagras para utilizarlo
en la última capa de los martillos y sustituyéndolo en aquellas por uno
moderno. El marfil de las teclas y las
partes de madera también muy afectadas, así como su mecanismo, hizo de su
restauración una obra verdaderamente artesanal.
Así, la parte externa del mueble, se reemplazó con materiales
originales, y preparando el barniz con técnicas muy antiguas. Después, el
trabajo en los componentes musicales: arreglo de la tabla armónica, el puente y
el clavijero. Con estos elementos, se
enderezó la línea del teclado, y todo el mecanismo fue reconstruido pieza por
pieza. Posteriormente, y con fundamento en datos de museos europeos que poseen
instrumentos similares, fueron fabricadas
copias de las cuerdas y las clavijas originales. Así, fue posible realizar un ciclo de
recitales conmemorativos en febrero y marzo de 1998, cuando la Biblioteca Luis
Árango cumplió 40 años, al que fue invitado Sergio Posada, pianista nacido en
Medellín (1964), quien interpretó obras de W.A. Mozart, J.N. Hummel, J. Field,
en este instrumento, además del compositor y constructor Muzio Clementi.
Este es un ejemplo típico de un
instrumento que aunque ha tenido una evolución considerable en la historia, que
ha significado mejoras técnicas y sonoras, desde que el piano moderno fuera
inventado por Bartolomeo Cristofori (1655-1731), sigue estando vigente en la interpretación de
la música barroca y clásica, desde J.S. Bach hasta o Mozart, como puede
apreciarse en los programas de concierto especializados en este tipo de música.
El clavicordio,
está construido en cedro, tapa armónica de la misma madera, cuerdas de alambre
(dos por tecla)., con tapa plegable, tres puentes de madera y tiracuerdas y
clavijas de hierro forjado. En la tapa
frontal sobre el clavijero lleva inscripciones en tinta negra con las notas:
Do, Re, hasta Do, con cuatro octavas de extensión. Soporte no original. Se considera una cítara de caja con mecanismo
de teclado y fue construido en Boyacá, hacia fines del siglo XVIII o comienzos
del XIX. Y finalmente otro clavicordio
del mismo género, copia de un instrumento del siglo XVII o XVIII, hecha por
Alec Hodsdon-Lavenham, caja de Arce, tapa armónica de abeto, teclas de ébano
(naturales) y arce (alteraciones o sostenidos). Cuerdas metálicas (dos por
nota), y cuatro octavas de extensión, más soporte fijo.
Y luego vendrán
los pianos rectangulares. El primero con caja y patas torneadas de
roble, tapa de resonancia de cedro; tiracuerdas interno de mármol. Cuerdas de
alambre (sencillas en los bajos, luego dobles), sistema de apagadores de marco[UH5]. Tiene una extensión de seis octavas: Mi-fa.
Al parecer construido por Mc Cormick, Bogotá, 1850. El piano a manubrio,
llama la atención por su belleza física: caja de pino y arce en forma de piano
vertical con mecanismo interno de martillos accionados por un rodillo a su vez
accionado por una manivela externa; cerdas metálicas (dobles) accionadas por
treinta martillos. Dos martillos
adicionales que golpean trozos de madera en imitación de castañuelas y otros
tres que golpean láminas de metal a manera de campanas. Se considera una cítara de caja mecánica con
mecanismo de manubrio y rodillo. Con
rótulos externos, con el nombre de Antonio Martín, y las señas
correspondientes. Además incluye una lista de las piezas incluidas en el
rodillo con un rótulo externo, en donde se leen los títulos de Pasodobles, Chotises
y piezas semejantes. Al parecer es de 1920.
Y el piano-costurero, igualmente bello en su apariencia, con caja
de caoba con incrustaciones de otras
maderas. Tapa armónica de pino y abeto y
una contratapa de quince cajones de pino y espejo en la contratapa
superior. Cuerdas metálicas (un por
nota) sin mecanismo de pagadores. Tiene cuatro octavas: FA-fa. Y se considera
una cítara de caja con mecanismo de teclado, hecho en Francia, a fines del
siglo XIX.
Ya por último,
está la categoría de los aerófonos que después de los cordófonos,
es el grupo más numeroso. En estos instrumentos el sonido se produce por la
vibración de una columna de aire dentro de un tubo. Aquí las
divisiones corresponden a la forma de interrumpir la columna de aire
para ponerla en vibración dentro del tubo.
Estas son: flautas, en las que la columna se interrumpe con el
filo del tubo o mediante ductos o canales, reducciones del diámetro, etc. Tubos
con lengüetas en los que uno o varias lengüetas en vibración de los labios
(con o sin embocaduras adicionales) produce el sonido en el tubo al poner a
vibrar la columna de aire inyectada.
Posteriormente las flautas se dividen en longitudinales (quena),
transversales (flauta traversa), con aeroducto (flauta recorder, pito), flautas
de pan (caña), etc. En especial sobresalen los instrumentos
autóctonos americanos (el Kammu-purrui de los Cuna de El Darién, flauta
de tubos cerrados en grupos de tres y cuatro ensamblados con cuerdas y unidos
entre sí, perteneciente al grupo étnico Cuna) y algunos instrumentos europeos
(los de la banda militar, cornetas y bombardinos) importantes en la música
tradicional de algunas regiones colombianas, por lo general construidos en
cobre-latón. La corneta, por ejemplo, se
clasifica como bugle con válvulas, instrumento desarrollado especialmente en
Francia y Alemania durante el siglo XIX. El ejemplar proviene de Francia,
construido por Jerome thibouville-Lamy alrededor de 1910. Y el bombardino de
pistones, del mismo constructor, es igualmente un instrumento militar de la
época de difícil restauración.
Además en esta
clasificación se incluyen algunas piezas
pertenecientes a algunos órganos de consola y trozos de teclado, habida
cuenta de su importancia histórica ya que por sí solos no tienen función de aerófonos. Por ejemplo,
el Armonio, instrumento construido y patentado en París en 1840 por
Alexandre Francois Debain, cuyos inicios en el siglo XVIII obedeció al
descubrimiento del principio musical de las lengüetas libres de larga tradición
en China el sudeste asiático. Se trata
de un conjunto de lengüetas metálicas que se hacen vibrar mediante un mecanismo
de teclado que permite el acceso de aire (acumulado por fuelles accionados por
pedales) a cada una de las lengüetas. El ejemplar europeo tiene dos fuelles (y
correspondientes pedales) cuyo origen se sitúa en el siglo XIX y comienzos del
XX, con una extensión de cinco octavas:
DO-do. Pero existe otro, mecánico, en el
que los sonidos vienen previamente dispuestos y se producen (haciendo sonar
cada lengüeta) mediante un mecanismo.
Este está constituido por una cinta de cartón perforada accionada por
una manivela. Su funcionamiento similar al organillo, se diferencia en que las
que producen el sonido son lengüetas vibrantes y no tubos. Es un ejemplar fabricado en Estados Unidos
por The Willcox an White Organ Company de Medem y consta de 20
lengüetas, una cinta perforada y tres fuelles internos. Se presume que es de
comienzos del siglo XX.
Así pues, con
esta somera descripción, el lector quedará suficientemente motivado para
visitar esta colección que representa dentro del contexto musical y
cultural, una muestra significativa de
la evolución histórica, ya que la música como el arte, va sufriendo las
transformaciones que cada época impone, y este legado nos permite valorar aún
más el patrimonio cultural. NELLY ROCIO AMAYA MÉNDEZ[8],
publicado originalmente para el Banco de la República.
[1] Autor de los libros “El archivo musical de la Catedral de Bogotá”
(Instituto Caro y Cuervo, 1976), “La Ópera en Colombia” (Arco, 1979) y “La
historia de la música en Colombia” (Plaza y Janés, 1980).
[2] Miembro del Capítulo
Primado, miembro numerario de la
Academia de Historia correspondiente de la Real Academia
Española y correspondiente de la Real Academia antioqueña de Historia, miembro
fundador de la Academia
de historia eclesiástica, de los institutos históricos de Bolivia, Paraguay y
Uruguay, socio honorario de la
Asociación de cultura musical de San José de Costa Rica,
catedrático de historia eclesiástica y derecho romano, entre otros. El archivo
musical de la Catedral
de Bogotá y la ópera en Colombia.
[3] Actualmente profesor e
investigador de la
Universidad Nacional de Colombia.
[4] “La colección Perdomo, una
herencia musical”, en: Boletín Cultural y Bibliográfico, Num. 5, Vol. XXII, 1985.
[5] Antonio Stradivarius (1644-1737), representaba
la cumbre de la laudería de la época. Aún nadie ha superado la excelencia
sonora, la belleza y la perfección artesanal de sus instrumentos.
[6] Tomado del libro “Las
aventuras de un violoncello”, Carlos Prieto, Fondo de Cultura Económica, 3ª.
Ed., 2003, p. 22.
[7] Nos referimos a Andrea Amati, nacido en
Cremona, en 1511 y fallecido en 1581, considerado primer gran laudero de la
historia.
[8] Nelly Rocío Amaya Méndez, es periodista
cultural, crítica literaria, y estudió en el Conservatorio de Música.
Comentarios
Mi abuelo un tiple en excelente estado con sellos en su interior.