EL VENDEDOR DE MÚSICA, Mauricio Botero Montoya


Mauricio Botero Montoya

Otto, el  vendedor de música

La Serpiente Emplumada, Bogotá, 2003, 182 págs.

 

LA MÚSICA: VERDADERA CAJA DE PANDORA



La música ha sido referencia obligada de ciertas obras literarias que se valen de ella para caracterizar a los personajes, para recrear un ambiente, o como modelo de formas, ritmos, voces, logrando una expresión más sugestiva, intensa y audaz.  Basta citar La Consagración de la Primavera (1974) de Alejo Carpentier o Rayuela (1962)  de Julio Cortázar, verdaderas obras en clave musical. Lo excepcional, es que ella se convierta en el eje temático de una obra literaria, para disertar a partir de ésta, sobre las ideas y valores que han dominado la historia de occidente desde la Edad Media hasta nuestros días, como ocurre con la obra Otto, el vendedor de música, del historiador Mauricio Botero Montoya.

Esta pieza literaria aúna de manera convincente, el mundo de la música con el de la cultura y la filosofía, mientras se nos narra lo que sucede en la Caja de Música, una disco-tienda de Chapinero situada en una esquina de la Iglesia de Lourdes, atendida por su dueño, Otto, musicólogo apasionado y erudito.  Allí, acuden las personas "silenciosas, armónicas, atonales o discordantes" que "pueblan la partitura de la vida”, para hablar con él, y plantearle sus dudas –que son delicadas porque todo lo que oímos nos transforma- o buscando la respuesta a algún enigma, mientras el vendedor, con fino oído y sentido de la observación, los escucha, y les refiere todo tipo de anécdotas.

Así, la disco-tienda, se convierte en teatro y auditorio al mismo tiempo, como en Los Sueños de Quevedo, espacio en el que ocurrirán las diferentes historias que entretejen los personajes que escuchan las obras musicales del mejor repertorio clásico, historias que pasan de lo cotidiano, lo trivial y cómico, hasta lo dramático y aún lo sórdido, dejándonos un retrato de lo que ha sido nuestra vida cultural en este cruce del milenio.

Estructurada en capítulos breves que contrastan con las obras musicales que allí se escuchan, cada una nos da la clave de lo será la solución narrativa al conflicto planteado, mientras que Otto, sabrá distinguir en los más finos matices de la expresión musical el drama de sus personajes  complaciendo a los melómanos más exigentes, como a los más desprevenidos.  Así los personajes: jóvenes rockeros y enamorados, mujeres solas o abandonadas, políticos reconocidos, matemáticos e intelectuales de todos los matices, víctimas de la violencia serán co-protagonista de alguna anécdota matizada por la música, lo que permite al narrador entretejer las diferentes ideas mientras dura el entreacto. Y por su parte, valiéndose de su memoria musical o por asociación involuntaria, en monólogo interior, nos entrega sus propias reflexiones. 

Al principio se escucha la Misa de Coronación de Mozart, cuando hace su entrada una banda de música punk llamada ELN de pelo de colores que piden la mejor versión de El despertar de los pájaros de Mesiaen. El narrador se pregunta si se trata de salvajes, ajenos a la cortesía, o gente amable que conoce y teme a los dioses. El jefe, afamado rockero de "heavy-metal" con cruz gamada en el pecho y las crestas color púrpura y zanahoria  de la baterista "que la naturaleza no imita", le hacen evocar la historia de la grabación de la obra, con el canto natural del trino de los pájaros, y la  composición del El cuarteto del final de los tiempos en un campo de concentración, improvisando con cucharas y palos. Una vez esfumada toda esperanza de que no puedan comprar el disco, una frase sobre la verdad astillada queda flotando en el ambiente. 

En otro momento, la música de la Caballería Ligera de Suppé se le parece al taconeo audible de dos Evas de invisible minifalda que se acercan en  busca de música clásica "pero bonita", descalificando de paso la Sonata No. 13 Beethoven que se escucha. Entonces preguntan por Julio Iglesias, aunque finalmente se sabe que buscan Las cuatro estaciones de Vivaldi que identifica un programa radial. El vendedor les toma del pelo con anécdotas de la vida del músico pelirrojo que siendo cura, tenía como amigas a dos hermanas. Esto le sirve para recordar el autor de la frase sobre la verdad astillada. 

En otra ocasión, una pesadilla aritmética y los coros de Borodin en el Príncipe Igor lo   hacen reflexionar sobre los diferentes tipos de silencio musical que existen como expresión de lo horrendo. Marta, una mujer recién separada, llega a la tienda para disertar sobre la realidad del amor. Mientras se escucha la Sinfonía  Romántica  de Bruckner, piensa frases como: "Enamorarse es crear una religión cuyo dios es falible". Luego el sonido del corno la hace despabilarse y preguntar por la música, a lo que Otto le responde que la Sinfonía sirvió de señuelo en la Segunda Guerra Mundial. La gravedad de los sucesos, alivia el peso de su propio drama personal y el vendedor recuerda cierta película de Fellini por su alusión a las Mil y una noches, en la que "la verdad no está en uno sino en muchos sueños".

En otro momento, ingresa un matemático exguerrillero contra los nazis, mientras Otto trata de dilucidar el enigma de la Música para cuerdas Percusión y Celesta de Bela Bártok, siguiendo la serie de números de Fibonacci (un sabio del medioevo). Luego, con se escucha una marcha de Félix Mendelssohn prohibida por los nazis. Cuando por fin de da solución al enigma, Adela, fiel servidora de le discotienda, interviene discretamente con el suave Moldavia de Smetana quien en su juventud fue guerrillero en defensa de su patria derrotada.

Mirando a los transeúntes e incluyéndose él mismo, el narrador cita un fragmento de Heráclito: "No saben oir ni decir. Presentes están ausentes y se parecen a los sordos". Cuando llega a la Caja de Música se escuchan los Madrigales de guerra de Monteverdi. Ese día ocurre un apagón y el Otto se siente como el protagonista de la Vorágine que jugó su corazón al azar y se lo ganó la violencia.  Luego, una madre con su hijo en brazos entra con la esperanza de encontrar una cura para el trastorno nervioso de su hijo quien presenció el asesinato de su padre a manos de unos sicarios. Después de reflexionar sobre el efecto terapéutico de la música de Mozart, Ravel, Beethoven, y de Bach, automáticamente coloca El clavecín bien temperado, 48 preludios y fugas, compuesta para curar el insomnio del Conde Keyserlingk, y el niño se calma como transportado por espíritus benévolos.

En otros momentos se diserta sobre temas más agudos. Un intelectual descree de Shopenhauer y Hegel con las tesis del final de la historia, mientras escucha a Mozart, ese testimonio secreto de expresión de la divinidad, y dos escritores defienden sus creencias filosóficas representadas en Mahler o el eterno  retorno y la música gregoriana, con la salvación por Cristo del laberinto circular de los días.  También se entreteje un diálogo entre Otto, un aficionado a la música de Scarlatti y un melófobo al que le repugna la música de Beethoven con su exaltación del individualismo, y al que los compases iniciales de la 9ª. Sinfonía le parecen el sinónimo de la destrucción del amado silencio y el inicio del pecado original. Finalmente termina haciéndose una bella defensa de la música. Como también un hombre con tic nervioso pregunta cómo hizo Hayden para adelantarse más de un siglo a la ciencia, con el estallido inicial de la creación, que le parece el big bang que dio inicio al universo.

Algunos enigmas se aclaran gracias la memoria de Otto como el de la casta Susana, quien aficionada a las obras de Haëndel, decide no volver jamás al enterarse de que Kant fue contemporáneo del música, o la de dos amigos gays de origen sirio-libanes y judío, cuyo idilio es una forma de comprobar la banalidad de las religiones, o la del supuesto incesto en el pasado de la familia de una distinguida dama, a quien Otto tranquiliza. 

Otras anécdotas resultan más dramáticas, como cuando una mujer es lanzada a la calle con sus dos hijas quienes se distraen con la música de Pedro y el Lobo de Prokofiev hasta que consiguen albergue; o aquella que después de pedir un Requiem, se dispara en la sien para acabar con su delirio.

Finalmente  reconocemos personajes de típicos de la vida nacional como los hermanos de Greiff , discutiendo por una traducción de La muerte y la doncella de Schubert y disputándose la interpretación hecha por el barítono Dietrich Fischer Dieskau; o el mismo poeta León hablando sobre el efecto de la armonía barroca, y contándonos la historia de un vecino de apellido Dantini, que demandó a Dante.  También aparece el político quien al reconocer la música de la película 2001 Odisea del Espacio, se refiere a la situación del país con marcado oportunismo, como el periodista reconocido y el comentarista de toros que pide fragmentos de zarzuelas.  Finalmente hará su entrada el mismo Tirofijo, buscando un cántico infantil de su época escolar que resultó ser la Sinfonía No. 4 de Hayden, llamada Sorpresa. La obra termina con una alusión a un sueño con el poeta Raúl Gómez Jattin, que anticipa la entrada de otro personaje, cuya curiosidad dejaremos al lector. De esta manera nos enteramos de gustos, clichés, poses y modas propias de cada personaje.

La obra resulta ser toda una joya literaria y una verdadera fiesta de iniciación para quien desee incursionar en el mundo de la música, cumpliendo con el ideal de Roland Barthes, al ser una extensa partitura que combina un rico repertorio musical con toda clase de citas y símbolos, dentro de un tejido que se desliza y mueve por accidentes, arabescos y trazos dirigidos por el narrador, quien suspende los enigmas para su posterior revelación, dejando que sea el lector su mejor intérprete.  Nelly Rocío Amaya Méndez











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