CIEN AÑOS DE SOLEDAD, García Márquez


García Márquez, Gabriel
Cien años de soledad, Madrid: Alfaguara, 609 págs.
Tema:  Narra la historia de la familia Buendía y sus descendientes en la aldea de Macondo, hasta el final  de su estirpe (debido a la relación incestuosa entre Úrsula Iguarán y José Arcadio Buendía) en momentos en que se inicia el proceso de modernización en el continente americano, dentro de un estilo llamado realismo mágico.

Esta edición conmemorativa de “Cien años de Soledad”, publicada por la Real Academia Española en su IV Centenario, es una nueva oportunidad para acercarnos a nuestro Nóbel (1982) con una mirada renovada por los aportes que acompañan la obra que permiten ahondar en la significación de la que fue en su momento (1967) un verdadero acontecimiento en la historia literaria del país, y la consagración definitiva de su autor a nivel internacional.

Como bien lo señala Víctor García de la Concha (presidente de la Real Academia Española), para llegar a ella, García Márquez tuvo que escribir cuatro novelas anteriores (El coronel no tiene quien le escriba, los funerales de la Mama Grande y la Mala Hora), que aportarían en distinto grado materiales para su composición (p. LX)., empezando a gestarse con la memoria de la historia familiar, la historia política y social de Colombia y su zona bananera, además de leyendas, tradiciones y costumbres de la región.  Por tanto, podemos decir, constituye la culminación de ese proceso de edificación de la realidad ficticia iniciado, que enfrenta en un mismo nivel, la realidad conflictiva e histórica, con otra creada y ficticia, que se ha enmarcado dentro de lo real maravilloso. Así, es una obra que se impone con el estatuto de una escritura poética, y que mantiene  el sustrato de una oralidad que como corrobora el académico de la Lengua, encontró en el modo de contar de su abuela –impasible, con cara de palo- “el tono adecuado para expresar con capacidad de convicción la propia convicción” (p.LXXIII).  Así, encontraremos valiosos aportes de quienes han seguido de cerca su obra : Álvaro Mutis, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, el propio Víctor María de la Concha, Pedro Luis Barcia Juan Gustavo Cobo Borda, Gonzalo Celorio, además de importantes acotaciones al texto sobre su estilo y la normatividad del lenguaje, con un glosario de términos de gran ayuda para el lector.

Al comenzar la lectura, de por sí gozosa, al tratarse de una auténtica obra maestra, entrevemos que la realidad histórica, desde esa exigua aldea de Macondo, que se va convirtiendo en una pequeña ciudad activa de comerciantes y agricultores prósperos, se entrelaza al nivel mitológico que subyace en su trama para dar cumplimiento a la saga de la familia de los Buendía.  Y con la narración  de sus orígenes prehistóricos (de ascendencia andaluza y guajira), hasta los hechos propiamente dichos de la historia en Macondo, se hace sensible y patente no sólo el trayecto de una sociedad desde sus albores endémicos hasta su final disolución -cuando la modernidad, con sus transformaciones urbanas y sociales, sus guerras, sus huelgas y su ruina,  la contradicen y aplastan-, sino también el carácter determinante de esta concepción del mundo con su manera de asimilar los sucesos que se avecinan.

Quizás en la costumbre endogámica de los Buendía, este una clave para entender la final decadencia de su estirpe que al revivir el incesto (Úrsula Iguarán es tía de José Arcadio Buendía) no logran mantener la hegemonía del clan y se diluyen al igual que el pueblo de Macondo en una terrible borrasca que se llevará consigo su último vástago con cola de cerdo 

Además el conflicto expresado, entre una realidad sociocultural, basada en la oralidad primaria (que considera las palabras como descripciones instantáneas de los hechos) con su mentalidad mágica, y otra más racional y escritural, que se anticipa a los cambios de la tecnología y la civilización que resultan inevitables, permite sacar conclusiones sobre el horizonte de la modernidad pretendida y postergada que nos ha constituido como nación, y que aquí se construyen desde eventos y personajes cuya consistencia espiritual abarca precisamente tal incertidumbre. Por ejemplo, los esfuerzos delirantes del patriarca José Arcadio por aprehender la realidad desde el racionalismo y la ciencia contrastan soberbiamente con su sorpresa ante el contacto con el hielo; su manera de  asumir (sin el menor asombro) el hecho de que un hombre beba una pócima y desaparezca ante sus ojos, o que el fantasma de Prudencia Aguilar lo importune todas las noches.  Así en este mundo macondiano cohabitan naturalezas diversas y contradictorias que se acepta lo maravilloso con naturalidad, dándole a lo intrascendente y cotidiano, características fabulosas.  Pero esa otredad que viene con noticias de un más allá, de una exterioridad (consignada en los manuscritos de Melquíades), desafía el mundo íntimo y edénico de estas comunidades aisladas y autosuficientes, cuya convulsión interna  resquebraja un orden medieval, aunque consiga asimilar en su seno las fuerzas de la diversidad.

Por eso, esta saga que sobrepasa el término del siglo, ha podido ser la de otros países subdesarrollados y aún de la humanidad misma en el tránsito hacia la civilización; sólo que García Márquez en la aldea de Macondo, la hizo universal. Aunque también es indudable el aporte al imaginario colectivo latinoamericano, que tuvo en su momento la novela, con personajes como el coronel Aureliano Buendía, Remedios la Bella o Aureliano Babilonia que se convirtieron en símbolo cultural vigente, capaz de implicar un sentimiento de pertenencia, y cierta noción de identidad, ficcionalizando la historia, y describiendo sus ciclos reiterativos en torno al devenir, el destino y el tiempo.  Pues aunque reconocemos unos hechos y unos pasajes definitivos de la historia política y social colombiano: Aureliano Buendía combatiendo en medio de interminables guerras civiles,  Aureliano Segundo empapelando la casa con billetes, José Arcadio Segundo saltando de un tren infinito cargado de cadáveres, podrían reconstruir la Guerra de los Mil Días, la prosperidad fruto de la indemnización por la pérdida de Panamá y la masacre de las bananeras, su fuerza comunicativa va más allá de su contexto original, al ser admitida por los lectores más disímiles, que se reconocen en la fuerza de sus imágenes y en el nivel mitológico, inaprensible, misterioso y poético, que constituye el centro vital de la narración.  NELLY ROCIO AMAYA MÉNDEZ

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