HISTORIA SECRETA DE COSTAGUANA, Juan Gabriel Vásquez


Juan Gabriel Vásquez

portada de Historia secreta de Costaguana


Historia secreta de Costaguana. Bogotá: Alfaguara, 2007, 292 págs.



Bucear en la historia política de Colombia en un momento estratégico para el futuro de su nacionalidad como fue la  entrega del Canal del Panamá a una concesión gringa que llevaría finalmente a la pérdida definitiva del Istmo, puede ser motivo suficiente para una novela de carácter histórico; pero bucear en la literatura para mostrar un punto de vista diferente al aportado por la ficción narrativa, es sin duda algo mucho más sorprendente, al parafrasear la literatura misma, y ser una apuesta creativa que despierta nuestro interés.  Así lo propone el narrador Juan Gabriel Vásquez, (Bogotá, 1973), en esta obra y autor otros relatos como Los amantes de Todos los Santos o Los informantes, que han merecido el elogio de la crítica. 
Así contamos con el hallazgo de un narrador testigo”, José Altamirano, quien ex profeso, trata de justificar su ausencia en la versión escrita de los acontecimientos hecha por el gran escritor de origen polaco, Joseph Conrad, en su libro Nostromo. Así decide romper su silencio cuando se entera de la muerte del novelista el 7 de agosto de 1924, en momentos en que se celebran los 105 años de la batalla de Boyacá y se conmemora la victoria de los ejércitos independistas.  De esta manera nos permite conocer una historia interesante que explicar a su manera, la cadena  sucesos que hicieron posible los acontecimientos y el fatídico encuentro con el escritor en la babilónica, imperial y decadente ciudad de Londres  a finales de noviembre de 1903.
Con la idea de que la verdad es casi siempre lo que no se dice, y es muchas veces lo que no se sabe pero ocurre, su argumentación casi cartesiana y valiéndose de un gran sustento histórico, el narrador recobra su lugar en la historia de un país que lo expulsa, para lo cual disecciona con precisión de escalpelo de cirujano, aquellas circunstancias menudas que junto a las que componen el fresco de la Gran Historia, y fueron el origen de su propia desgracia.
Asi, nos remonta a  una serie de asesinatos inverosímiles, ahorcamientos impredecibles, elegantes declaraciones de guerra y desaliñados acuerdos de paz, incendios e inundaciones, barcos que cumplen intrigas o trenes con itinerarios conspiradores que pasan en esa naciente república que llamará “esa mierda de sitio”, y que nace dividida como una ciudad esquizofrénica bajo el bautizo de conservadores y liberales.
Luego en 1820, cuando Simón Bolívar entra victorioso a la capital , nos encontramos con su padre, Miguel Altamirano, masón (“el último renacentista”) y hereje, que  hereda de su abuelo la fama de rebelde socialista y ateo al  tratar de comprender las exploraciones que hacía la ciencia en el cuerpo humano, mientras a pocas cuadras se realiza otro proceso con consecuencias no menos graves: el Tratado Mallarino-Biklack, en virtud del cual la Nueva Granada otorgaba a los Estados Unidos el derecho exclusivo de tránsito sobre el Istmo de la provincia panameña , a condición de mantener su estricta neutralidad en cuestiones de política interior.
Este quien es tomado  como activista y anticlerical al apoyar la candidatura de liberal, encuentra una causa que le cambiaría la vida: la construcción del Ferrocarril, pues una compañía en Boston lo contrata como redactor para seguir clandestinamente la historia de la ruta del oro que había descubierto un exiguo campesino desde Nueva Jersey y que pasa por esa oscura provincia istmeña, el punto más angosto de la América Central.
 A partir de allí, se citan los personajes y sucesos. Llegan vapores de procedencias disímiles, como el Falcon, cargado de gringos. Y Miguel Altamirano, sintiéndose adalid del progreso y de la anunciación, escribe crónicas que son publicadas en el extranjero, con un curioso fenómeno: el de refracción o distorsión de la realidad que revela otras historias menos conocidas.  
Gracias a él, conocemos la existencia del ingeniero Backman, que invierte en el primer vapor británico y se hacía al dominio del comercio del café y el cacao en las provincias ribereñas, o el comercio ee chinos colíes que eran transportados en vapores cargados de hielo pues morían víctimas de la peste. Luego, sus vivencias con la mujer de aquel,  una torera aficionada y cínica que conoce anécdotas sobre Bolívar y Manuelita Sáenz, y que le dejará consecuencias catastróficas  con un suicidio como saldo y el nacimiento de un hijo bastardo, el propio narrador.
 
De esta manera llegamos al momento en que él mismo decide salir de su casa para buscar a ese padre probable, y que coincide con la salida de un tal Joseph Conrad (su alma gemela), quien desembarca en un velero francés en la ciudad panameña de Colón como contrabandista de armas para los revolucionarios conservadores. Entre tanto el teniente Napoleón Bonaparte Wyse, se interesaba en la ruta para el Canal Interoceánico, y por medio de un diplomático Lesseps cerraría el trato, ocasionando guerras en la provincia de Panamá, que cobra nuevas víctimas, entre ellas al propio narrador, que queda viudo y solo con su pequeña hija, quien será finalmente la destinataria del relato.
Así llegará la quiebra de la Cía., ya anunciada en los periódicos, siendo esto el final para Miguel Altamirano. Luego ya los Estados Unidos presionará al gobierno con una posible invasión de tropas al Istmo, para  llegar finalmente a la firma del tratado que entregará la zona en cesión por 100 años (Tomás-Herrán) a cambio de diez millones de dólares. 

De esta manera  siendo testigo de otro testigo, y contraviniendo las versiones fraudulentas de la historia, José emprende su exilio, no sin antes contarle su historia a Conrad, quien tomará su propia versión, sintiéndose defraudado con su historia, por lo que decide redactar su propio desagravio.    

Así será el lector, como juez de los hechos, el que absuelva o no a su narrador en medio de este juicio por la verdad, cuya verdad demuestra que cuando dos personajes nacidos en lugares distintos, con vidas marcadas por diversas circunstancias, están destinados a cruzarse (con buenos  ejemplos históricos), el Ángel de la historia puede intervenir cuando menos se lo espera y muchas veces, con ironía de artífice, intercambia con desenfado los papeles como hilos  de marionetas.

En fin, con este apasionante relato, vemos que en la historia como en la literatura in extenso no hay una versión que no pueda cuestionarse, y siempre es posible restituir una verdad histórica perdida como apelación en un juicio.  Así lo hace su autor por medio de su narrador-testigo con un estilo que apela a la realidad, la imaginación con una depurada técnica narrativa,  y que hace confluir diferentes microrelatos (históricos, metaficcionales, intertextuales, documentales, periodísticos), en una sola estructura narrativa, cuyo tono sarcástico y humorístico, le quita peso al tratamiento trágico de los hechos, sobreponiéndose a la  fatalidad histórica.





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