LA MARA, Rafael Ramírez Heredia.
Rafael
Ramírez Heredia. LA MARA.
México: Alfaguara, 2004. 399 págs.
ASALTO A UN LECTOR DESPREVENIDO
Con esta novela del reconocido escritor mexicano Rafael
Ramírez Heredia[1],
nos adentramos en una realidad convulsa y aterradora que explora sin ambages el
problema de las pandillas juveniles centroamericanas aglutinadas en las
conocidas Maras, que esperan el momento
oportuno de caerles encima a los cientos de indocumentados que se van quedando
desperdigados por el camino en medio de la selva luego de abandonar el tren que
a duras penas los “arrastra” hacia la frontera del norte.
Inspirada
en esta realidad considerada ya un fenómeno sociológico típico y extensivo para
toda la geografía regional (actualmente existen unos 65 mil miembros de la
secta con preponderancia de jóvenes entre los 13 y 22 años de edad metidos en
el tráfico de drogas y distribuidos entre los Estados norteamericanos, Canadá,
México, Honduras y Colombia), las fronteras entre lo ficticio y lo no ficticio
se pierden por los elementos de veracidad que contiene acercando la obra al
género testimonial, a la manera de “El Hueco” del colombiano Germán Castro
Caicedo, cuya crónica nos relata la aventura clandestina de los emigrantes que
ingresan a los Estados Unidos por la frontera con México.
Sin
embargo, más allá de la crónica periodística, podemos decir que se trata de una
novela, cuyo tratamiento ficcional se traduce en la configuración de los
personajes, su trama narrativa, el manejo del tiempo y del espacio, la
presencia del narrador, y el manejo versátil del punto de vista que se logra
con verdadera maestría de quien domina el oficio y conoce muy bien el trasfondo
sociocultural que representa.
La
historia se desenvuelve dentro del territorio surcado por el río Suchiate
-también llamado el Satanachia- que divide Guatemala y México. Allí, desde las
alturas del Tacaná, en la ciudad mexicana de Hidalgo, en una tarde cualquiera
parte el ferrocarril, que lleva a decenas de migrantes provenientes del sur y
que esperan el sonido del silbato del tren para abandonar el lindero de la
selva donde por horas se han refugiado. Sólo esperan el momento de traspasar la
frontera a casi mil kilómetros al norte, en el
mar de Vera Cruz, y de allí dar el salto hacia el sueño americano. Han
cruzado la selva por la sierra del Gallinero y después por Guatemala,
alojándose en hoteluchos de paso en espera
de alguna oportunidad para conseguir el dinero que los sacará finalmente
a su destino.
Pero
esta escena es vista Ximenus Fidalgo, oficiante de sacerdote y adivino (“alter
ego del narrador”), quien todo lo sabe y aconseja a los irredentos el mejor
momento de partir. El necesita concentrarse y colocar su visión en el gentío
que espera el sonido del silbato, conjurando las aguas del río que se agitan
por el viaje. Desde allí, se abre la escena: cuerpos doblados que se desfiguran
más al pasar bajo las luces de los burdeles y cantinuchas, el rumor de voces
que se dan ánimo, sombras que esperan el momento exacto de abordar el tren y
desparramados corren a su velocidad. A trancadas treparán al convoy de hierros,
aunque luego vendrá el combate por el mejor puesto... Sólo Ximenus, sabe lo que
sucederá a lo largo del viaje: persecuciones, atracos, las huidas y sobretodo
la sangre que se derramará. Pero esto lo
ignoran quienes pasarán por Chiapas, Oaxaca y por fin Veracruz, ya que en
cualquier curva, el ferrocarril va a ser detenido por hombres de la Ley, armados con pistolas y
placas, que con furia cobrarán caro su osadía y los deportarán. Además, tampoco
saben que a los dos lados del ferrocarril, entre la oscuridad de la noche,
seres tatuados, enramados en el cuerpo, con lágrimas estáticas en el rostro y
puntos negros en sus nudillos, esperan a que el tren se detenga.
Simultáneamente
está don Nico, el ex cónsul mexicano, quien mejor conoce las historias de las
guarachas que llegan del sur a trabajar a los centros nocturnos, como “El
Tijuanita”, mientras esperan las visas, que son su vida. Desde un hotel, espera el momento de partir,
mientras evoca su pasado de cuando fue ejerció el cargo en tierra de cachucos
(guatemaltecos) quienes lo acusaron injustamente por unos oscuros hechos en el
Carrizal, por ser mexicano negarse a participar en el tráfico de cocaína, y
demás negocios ilícitos de los agentes de migración como el trasbordo de armas
que corren por el río que va a la Ciudad Hidalgo y Tecun Umán. Además está Lita, la mujer que recoge de
manos de los balseros a las niñas que trabajarán como bailarinas y prostitutas
en los bares con sus la ilusión de ser estrellas de algún centro nocturno que
les dará el salto a los Estados Unidos. A través de ella conoceremos la
historia los hombres y mujeres que viven del negocio y trafican y envician a
las mujeres como Lisbeth o Sabina Rivas.
Y por otro lado, están los jóvenes pandilleros que como Jhovany, buscan
una mejor vida y termina por ingresar a la Vida Loca (pandilla), desde su primer encuentro
con los Maras quienes lo seducen con una retahíla de frases salpicadas de
inglés, que hablan de sus “valedores, los efectivos de la Mara Salvatrucha 13”, del Mayorga, del Arnold o
del Rogao. El, al igual que todos los de la “cicla”, deberán inaugurar sus
primeras lágrimas muertas con criminales actos de barbarie.
En
otro registro, están los representantes de la ley, los agentes migratorios con
su ambiente de corrupción quienes se enfrentan a los pandilleros casi siempre
con mala suerte pues estos terminan por imponer su propia Ley en la zona, ya
que : “...los batos locos son la mera neta y guay de quién lo dude. Que si Dos
los oye, si les da licencia, se dediquen a contarle a todos los de la frontera
lo que les pasa a los putos que no se agachan...”, o por el contrario, imponen
castigos, encarcelan los indos y se aprovechan de sus mujeres, hasta
deportarlos.
A
través de estos personajes y de otros. conocemos el ambiente de los pueblos,
sus calles, sus prisiones, y la travesía que tienen que cumplir en medio de la
selva, por caminos, veredas, para evadir las requisas que como las de gringos en territorio mexicano se
realizan en medio de ultrajes ante la mirada de los nacionales. La historia
termina con el paso de un exiguo grupo que después de un sufrido trayecto por
Guatemala llegan a la frontera de México y son abandonados, sin saber
exactamente a dónde.
De
esta manera nos encontramos con una cronología de aventuras que se dan de
manera simultánea, presentándonos diferentes puntos de vista a través del
narrador omnisciente que focaliza los personajes que se identifica con la
oralidad dentro de una yuxtaposición de
tradiciones culturales nativas y colonizadas con sus valores, modos de
pensamiento, forma de ser y prácticas cotidianas, así como con las tensiones y
conflictos que generan dentro de un espacio heterogéneo y abierto, que es
metáfora del río que pasa llevándose consigo las voces que finalmente se
pierden en el olvido.
Quizás
su acierto está en darnos a conocer una realidad sociolingüística marginal y
emergente producto de la violencia y el narcotráfico, ya que su acertado
tratamiento nos muestra formas de pensamiento y de vida con la naturalidad con
que los personajes articulan sus frases en su propio ritmo, con sus palabras,
su jerga, su dialecto, dentro de este un eje simultaneidades, otorgándole a la
obra una acendrado realismo.
Por
otro lado, en las fuerzas contrarias que dinamizan la acción: los pandilleros
de La Mara
Salvatrucha 13, de un lado y los representantes de Ley y sus
agentes de migración que interfieren el paso de aquellos a los migrantes,
podemos descubrir una profunda ambigüedad, ya que cuando la Ley o el horror se impone a la
fuerza, sus métodos suelen ser familiares, pero en realidad los personajes más
siniestros son aquellos que permanecen en la sombra, y que agazapados por
alguna razón salen a la luz en el momento menos pensado llevándose todo por delante. Los símbolos que proliferan en el relato, así
lo demuestra: Cristos, cruces gamadas, serpientes, calaveras, atuendos
estrafalarios, hiervas, ceremonias, mandas, vírgenes, y demás iconografía
popular y religiosa se confunden en diferentes contextos, de acuerdo al estatus
o el poder de quien los utiliza, ya sea para sojuzgar o conjurar el destino de
quienes ingresan en esta “boca del jaguar”.
En
fin, podría considerarse como una novela típica de la violencia con elementos
de crónica, dentro de un marco de representación que refleja la idiosincrasia
popular americana, y nos permite comprender mejor un fenómeno que hunde sus
raíces en los desequilibrios sociales y se arraiga inextricablemente en el alma
humana de manera malévola, para mostrándonos el rostro de la furia irracional
inhumana y sórdida que cobra sus víctimas entre la población más
vulnerable. NELLY ROCIO AMAYA MÉNDEZ, periodista cultural.
[1] Nacido en Tampico,
Tamaulipas (México). Profesor de literatura española y maestro en historia de
México. Autor de novelas, cuento y obras para teatro, además de importantes
trabajos periodísticos. Su obra ha sido
traducida a varios idiomas y merecido diversos reconocimientos entre los que se
cuentan el premio Nacional de Teatro (1976), El Premio Nacional de Cuento (1983),
el premio Juan Rulfo (1984), el Premio Internacional de Letras (1990) o el
Premio Nacional de Literatura (IMPAC y consejo de cultura de Nuevo León), entre
otros.
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