MOZART, Wolfgang Hildesheirmer
MOZART/Wolfgang Hildesheimer
Barcelona, Ediciones Destino, S.A., 2005 (446 págs.)
Esta
excelente biografía del genial músico austríaco (Salzburgo, 1756 – Viena, 1791) permite explorar con lujo de detalles la extraordinaria grandeza de su obra, intentando
comprender su carácter peculiar y único, su genio precoz y su sensibilidad, por
fuera de las explicaciones comúnes y las biografías interesadas en dejar una visión idealista del compositor.
El autor de esta obra, un exiliado judío
radicado en Inglaterra y Palestina, pintor, literato y crítico musical, con trabajos importantes durante su trayectoria, quiere exponer lo que considera su intento definitivo por
presentar la figura de Mozar, revalorando las fuentes primarias y basándose en los progresos de la investigación científica que toma el psicoanálisis como
base, lo que permitiría, según él, restaurar un retrato sobre el cual, en el
transcurso de los siglos“demasiadas manos han pasado el pincel”, por lo cual
era necesario intervenir donde una de las capas anteriores empezaba a
desprenderse.
La tesis que sirve de módulo
extenso a la reflexión -basada en la autoridad de una convicción apoyada en
datos reales- es la que se enfatiza las
contradicciones entre la vida de Mozart y su obra, ya que el Mozart que vive unas condiciones de vida particulares y unos estados de ánimo conocidos en muchos de los documentos, no aparece necesariamente reflejado en su música, siendo ésta el producto de situaciones inconscientes pero sistemáticamente
ocultadas, a veces por el mismo compositor.
En efecto, detrás de
los personajes de sus óperas (compuso 22 óperas) enriquecidas con propiedades estilísticas propias, se
manifiesta casi a nivel epidérmico, la constitución psíquica y mental del autor comúnmente
asociada a un ideal apolíneo, pero que contrasta con todas sus expresiones
–lenguaje y puntuación de los documentos verbales, gestos, mímica y
comportamientos- asimilados más bien a un tipo dionisíaco no exento de un
sentido trágico como puede rastrearse en algunas de sus composiciones. Al analiza las partituras mismas, se revela igualmente, un espíritu sintético; se sabe que Mozarth concebía la obra antes
de ser escrita, de ahí su rapidez. Y en donde todo es ajeno, un “otro”
esencial, ocultando su figura con natural disposición a los más variados
disfraces que en cada ocasión sabía ponerse con la necesaria convicción.
Por lo tanto, estaríamos frente a una
particular disposición receptiva hacia la objetividad, plasmada en sentido
programático o puramente musical, que contiene ese elemento enigmático
(expresión de lo absoluto) cuya profundidad provoca un efecto parecido al del gran poeta
Goethe, erudito además que le atribuyó a Mozarth una importancia mucho más vasta y
profunda para las generaciones posteriores. Así el encanto, la levedad
aparentemente ligera que parece sobreimprimirle a toda tragicidad (pensemos en
las óperas Idomeneo, rey de Creta, KV. 366; El rapto en el Serrallo,
KV.384, o incluso en Las Bodas de Fígaro, KV: 492), contiene esa
prodigiosa gama de peculiaridades que es el misterio de una contribución
artística superior.
Uno de los ejemplo que coloca el autor, es el análisis del registro amoroso de Mozart (la cantante Aloisia Weber, quien fue su amor platónico frente a Constanze, la hermana con quien se casó, Nancy Storaci o su prima), vemos que sus figuras se transfiguran en personajes que están a la altura de Shakespeare: Susana, Zerlina, Despina, o en otro registro, Fígaro, Leporello o don Giovanni, ya que no se presentan como arquetipos o portadores de ideas, sino que son parte de nosotros mismos.
Uno de los ejemplo que coloca el autor, es el análisis del registro amoroso de Mozart (la cantante Aloisia Weber, quien fue su amor platónico frente a Constanze, la hermana con quien se casó, Nancy Storaci o su prima), vemos que sus figuras se transfiguran en personajes que están a la altura de Shakespeare: Susana, Zerlina, Despina, o en otro registro, Fígaro, Leporello o don Giovanni, ya que no se presentan como arquetipos o portadores de ideas, sino que son parte de nosotros mismos.
En otro aspecto, su situación como
artista en medio del absolutismo tardío, no parece ser muy conciente, pues si
bien, era un rebelde cuando se sentía oprimido por las estructuras, no pudo
objetivarlo de manera individual ni generalizada, inmerso como estaba en su
trabajo y en una vida cotidiana y familiar, acuciado por su padre, mediador y
prototipo del súbdito ejemplar. Además el sentido de la vida, la misión del
hombre sobre la tierra, no correspondían a su problemática consciente, por lo
cual su paso por la francmasonería, no sería tan determinante a la hora de componer
la Flauta Mágica
o sus cantatas masónicas, que serían sólo un pretexto para crear nuevos efectos
y realizar un bello espectáculo. Igualmente su música
sacra, en la que la única conexión real que tenía con la Iglesia, sería la existencia
de un órgano y la posibilidad u ocasión de componer óperas.
Me parece interesante ésta biografía, que
logra algo insólito: desmitificar al héroe y hacer una biografía musical de
quien fuera fundador del clasicismo vienés, cuyo estilo, desligado de la
rigidez de la ópera seria y del estilo galante, fue ganando en autonomía, hasta alcanzar, entre 1784 y 1787, su máxima cumbre, y logrando una producción tan extensa (el
catálogo de Köchel registra más de 626 obras) y prodigiosa en medio de un ambiente contradictorio con
personajes -incluyendo libretistas como Lorenzo Da Ponte-, que no lograron
detener ni domeñar su genio creativo aún en medio del fracaso y el abandono
general.
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