SOBRE LA POLÍTICA DE DIOS/ALVARO PINEDA BOTERO

NOVELA HISTÓRICA


Sobre “La política de Dios”

En su más reciente novela, el escritor antioqueño hace un retrato del Vaticano y su poder, alrededor de la figura del papa Clemente X.
Poco sabemos de la vida de los papas y de las vicisitudes que tienen que enfrentar. La política de Dios, la más reciente novela del antioqueño Álvaro Pineda Botero, nos muestra a un Clemente X en el siglo XVII —de familia romana antigua y poderosa, los Altieri— en el momento de morir, a los ochenta y seis años. Está agobiado por la enfermedad, el mal gálico que contrajo en su primera juventud, y es él quien asume la voz narrativa y va repasando los acontecimientos de su época —una de las más turbulentas de Occidente—, cuando reinaban, de un lado, el fanatismo religioso y la guerra, y, de otro, la ciencia naciente en su empeño por develar los misterios del universo.
Su larga vida de sacerdote y pontífice estuvo marcada por tres figuras tutelares: la memoria de Constantino, guardián del Santo Grial por la época de la construcción de la basílica de San Pedro; su padre, aguerrido combatiente de las guerras de religión y gran devoto de San Lorenzo, y Messer Fabrizio Conti, el físico y astrólogo que predijo el destino de su vida en el momento de su nacimiento. Pero además desfila por la novela una larga lista de sabios, magos, adivinos y artistas que frecuentaban la Universidad de la Sapienza, donde estudió el futuro papa, por los años en que las ideas de todo tipo circulaban libremente.
Desde el comienzo se plantea el nepotismo en la elección del papa y el tráfico de influencias. ¿Hubo alguna razón para escoger ese período?
Es una época fascinante. En el siglo XVII tuvo lugar la Guerra de los Treinta Años en Europa, entre los nobles fieles al Vaticano y los que profesaban las enseñanzas de Lutero y Calvino. Fue una de las épocas más violentas en la historia europea; determinó en gran medida los movimientos políticos, el desarrollo de las ciencias, el pensamiento y la configuración de los estados. Fue también una época de gran importancia para América. Durante la Colonia, este continente alcanzó especificidad e importancia en el concierto global. Escribir la novela me permitió darle una forma verosímil a tanta información: el nacimiento de la ciencia moderna, la catequización del Nuevo Mundo, la vida privada de los papas, la lucha por el poder entre españoles, franceses e ingleses, y entre católicos, ortodoxos e islamistas. Roma era la capital del mundo, como luego fue París en el siglo XIX, y como fue Nueva York en el XX. Desde Roma se apreciaba el panorama general. Todo fluía por el escritorio del pontífice. Ningún mirador más apropiado. Escribirla me ayudó a comprender muchas cosas.
La revelación de las intimidades del personaje les da gran verosimilitud a su drama interior y a su interpretación de los hechos que ocurren en aquella época. Todo parece comprobar la tesis de que es el poder, mas no la verdad, el verdadero móvil de la historia.
Adopté un punto de vista ambicioso y muy efectivo. Los papas, los reyes, las grandes figuras de la historia aparecen en muchas novelas históricas en el trasfondo, como nombres conocidos que ayudan a darle credibilidad a la narración, y los protagonistas son personas comunes y corrientes. Yo me propuse algo diferente: penetrar en la intimidad de un joven destinado a la Iglesia por sus familiares poderosos con el objeto de ganar poder político y económico. ¿Qué piensa ese joven que finalmente llega a ser papa? ¿Qué pasa por su cabeza, cuál es su formación, cómo va ganando prestigio y poder hasta finalmente llegar a ser el pontífice? Más aún: ¿cuál es su fe? ¿Cuáles son sus verdaderas creencias religiosas, más allá de las actitudes de devoción y protocolo que a cada paso debe asumir?
La novela es rica en datos históricos. Me llamaron la atención la forma como describe la decadencia del Sacro Imperio Romano Germánico y la aplicación del principio “cuius regio, eius religio”, según el cual la población tenía que adoptar la religión que adoptara el gobernante.
En efecto, se trataba de un tira y afloje entre los príncipes regionales, quienes, haciendo caso omiso de sus verdaderas creencias, optaban por una u otra religión o secta, atendiendo a intereses y alianzas económicas, militares y políticas. Estas prácticas generaban enorme violencia porque las gentes del común que querían continuar practicando la religión de sus ancestros eran víctimas de persecuciones o desplazamientos. El Sacro Imperio Romano Germánico reviste una importancia particular: es el antecedente más visible de lo que hoy conocemos como Unión Europea. Sólo que en aquella época estaba concebido bajo premisas religiosas y hoy está estructurado en tratados de conveniencia económica y política. Es el mismo sueño con ropajes diferentes.
A pesar de la persecución a quienes profesaban ideas calificadas de heréticas, Clemente X se empeña en buscar la verdad científica.
Cuando Clemente X tenía pocos años de edad presenció en Roma el ajusticiamiento de Giordano Bruno, heredero de una larga tradición de hermetistas y magos que buscaban la piedra filosofal y la fuente de la eterna juventud. Cuando Clemente se prepara paraba morir, ya se discutían en Londres y circulaban por Europa las teorías de Isaac Newton, que marcan el nacimiento de la ciencia moderna.
Demuestra que su inclinación homosexual no le impidió ocupar la silla de San Pedro.
La mantuvo en su fuero interno y la manejó con discreción. Ser homosexual no tenía por qué impedírselo. Es una condición humana, perfectamente humana, como lo es la heterosexualidad, que muchos papas practicaron con mayor o menor discreción.
Al tocar el tema de la santidad y las canonizaciones que autoriza el Vaticano, como la de santa Rosa de Lima, se mencionan los móviles de una política de Dios.
Santa Rosa de Lima fue la primera santa nacida en América. Reunió todas las condiciones que exigía la Iglesia y su vida fue sometida a un larguísimo y complicado escrutinio. La canonización era un procedimiento delicado; por todas partes surgían candidatos a la santidad y muchos fueron condenados por el Santo Oficio como impostores o posesos del demonio. No había mucha diferencia entre un milagro (que desafía las leyes de la naturaleza) y una intervención solapada del demonio (que también las desafía). Pero en América se requerían santos para afianzar y promover la acción evangelizadora. Era parte de la política de Dios que siempre ha practicado la Iglesia.
Al final de su vida, se nota el profundo escepticismo en el que vive este papa, que busca la protección de Minerva en los jardines del Vaticano.
Se trata de una preocupación que he tenido desde mi niñez y que se intensificó cuando escribía la novela. Me parece terrible que el máximo jerarca, el primer abanderado de la fe, el poseedor de la infalibilidad es, en el fondo, un descreído. Cualquiera con una inteligencia normal, al considerar temas como la existencia de Dios, la redención, los sacramentos y demás enseñanzas, de repente se siente acongojado por la duda. La situación es mucho más dramática si el que duda es el único que posee ciencia infusa y puede invocar la gracia divina de manera directa.
¿Utiliza símbolos como el telescopio de Galileo Galilei para significar los cambios que se estaban dando en aquella época?
Galileo es un personaje secundario en la novela, pero no lo son sus descubrimientos. El ejemplo muestra la admiración con la que se recibían las noticias sobre los avances de la ciencia. Se trataba de un movimiento mundial: en todas partes estaban preocupados por fenómenos como la luz, las trayectorias de los planetas, los volcanes, sobre la posibilidad del ser humano de volar como los pájaros, sobre el origen de las pestes y las enfermedades; es decir, ese magnífico escenario convulso y contradictorio en el que las mentes pensantes trataban de distinguir entre la magia y la ciencia, entre la astronomía y la astrología, entre el milagro, el maleficio y la sanación natural. Nadie se atrevía a trazar aún los límites entre ellas.
Entre las órdenes religiosas se destaca la jesuita, con la figura del sabio Atanasio Kircher. Esto cobra una gran actualidad con la figura del papa Francisco.
Atanasio Kircher tuvo existencia real y la narración de su vida es fascinante. Fue jesuita, y al estudiar la historia de los jesuitas uno se admira de la cantidad de miembros de esa comunidad que fueron sabios, científicos, investigadores, a pesar de que debían mantenerse dentro de los límites de la fe. El temor de caer en las garras del Santo Oficio los mantenía a raya, pero dentro de ciertos círculos y circunstancias discutían sus teorías y recibían apoyo de sus superiores. Mucho hicieron los jesuitas por separar la magia de la ciencia, y la ciencia mucho les debe. Claro que hubo enorme controversia y no siempre salieron bien librados. Me interesé por la figura de Atanasio Kircher leyendo la obra de sor Juana Inés de la Cruz. Su Primero sueño, su poema barroco más interesante y hermético, fue inspirado en la lectura de los libros de Kircher. Sor Juana lo reconocía como su maestro y la Inquisición de México estuvo inquieta con esta influencia.
La rapidísima sucesión de prelados y lo peligroso del cargo me recordaron el libro de David Yallop sobre el asesinato del papa Juan Pablo I (“En nombre de Dios”). Esto tiene una gran fuerza histórica.
Ser papa es un cargo peligroso. En la historia de la Iglesia son muchos los papas que murieron envenenados. Las intrigas de los gobiernos, la lucha por el poder, las confrontaciones entre las familias romanas y las casas reales europeas, todo esto conforma un panorama bastante desolador para el creyente. Más en aquella época en la que los reyes poderosos buscaban, primero que todo, una alianza con el Vaticano, para luego enfrentar los ejércitos en las luchas imperiales. Maquiavelo tuvo muchos discípulos notables, especialmente entre los miembros del clero.







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